martes, 6 de julio de 2010

...o tal vez no


Luego de los hechos de la entrada anterior continué algunos días pensando en lo justo que sería que dentro de la confusión que puede ser la vida el universo nos dé algunas señales y mientras más lo pensaba cada vez me convencía de que algunos tornillos se me estaban zafando al pensarlo. En esa semana compré un libro en una feria de la universidad llamado “Instrucciones para salvar el mundo” de Rosa Montero, la novela aparte de ser bella y rotunda me hizo sentirme acompañado en mi locura, no sólo por las horas que pase pegado frente al libro sino porque en uno de los capítulos Cerebro, uno de los personajes, habla acerca de la teoría de la serialidad a los habitués de un bar en Madrid acerca de la teoría de la serialidad, hasta ese momento desconocida para mi y que más o menos va de la siguiente forma:
La teoría de la serialidad fue propuesta por Paul Kammerer en la decada de 1920 en ella postula que si bien el universo tiende hacía la entropía (el punto de máximo desorden que es donde se alcanza el equilibrio), también hay una fuerza que tiende hacía la armonía y el orden y que atrae en el tiempo y el espacio hechos y objetos parecidos.
Pensé que la teoría no era sino una ficción más dentro de la novela pero al buscar acerca de ella en Internet descubrí que en verdad existe y que Kammerer fue un científico prestigioso en el segundo decenio del siglo XX y que incluso Einstein aplaudió su teoría de la serialidad. Y que había colecccionado coincidencias durante 20 años y las publico en un libro que apoyaba su teoría de que las coincidencias no son hecho al azar sino parte de un todo
¿Por qué las teorías de Kammerer no llegaron a nosotros como algunas de sus contemporáneos?
En parte, debido al fraude de los sapos de partera. Para demostrar su teoría que las mutaciones no persisten por selección natural como decía Darwin sino que son transmitidas genéticamente, Kammerer experimentó con los sapos de partera los que desarrollaron unas almohadillas que les impedían resbalarse del lomo de la hembra durante el apareamiento y que fueron heredadas pos su descendencia. El problema fue que luego se descubrió que estas almohadillas eran logradas con una inyección subcutánea de tinta china, aunque no se supo si lo hizo el mismo Kammerer o uno de sus ayudantes, Kammerer se suicido luego de ese espisodio.
Lo paradójico de todo el asunto es que ahora mediante estudios epigenéticos se llegó a la conclusión de que las teorías de Kammerer y Lamarck son altamente probables.

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